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Foto del escritorClaudia Maiocchi

Anónimos

Actualizado: 20 dic 2024

Estefanía Bárbara Barkáts es húngara por nacimiento y argentina por adopción.

En pleno caos de posguerra, de pequeña vivió en varios países. En cada tierra nueva a la que llegaba, necesitaba apropiarse de los sonidos que la habitaban para comunicarse y entender algo de su entorno.

Es docente, psicóloga social y hace muchos años, narradora oral: esparce la palabra en forma de cuentos en Bibliotecas Populares, escuelas, centros culturales y otras instituciones. Practica la escritura vivencial y también la poesía y la ficción.

Comparte aquí un cuento fantástico que surgió de un sueño, al mejor estilo cortazariano.


Es invierno. Hace mucho frío, a juzgar por los vidrios empañados. Estaciona. Está volviendo a casa con libros de su propia librería y el diario, que compró de paso. Quiere hojearlos en la paz de su hogar. Sube por el ascensor, camina por el pasillo y, al llegar a su puerta, encuentra un jazmín sujeto en el picaporte. Lo toma y abre. ¿Quién? se pregunta.

Raro, en pleno invierno. Pero el olfato no sabe mentir.


Deja todo sobre la mesa, va por el florero de cristal y coloca la flor sobre la mesita. Se sienta, la mira largamente. En el edificio no hay jardín, piensa. Se saca los zapatos y se pone unas medias de lana. Se acurruca y acaricia los libros.

Ahora va a la cocina, se hace un sándwich, corta una rodaja de budín y se prepara un té.


Con la bandeja se dirige a su dormitorio, se sienta en la cama y se arropa. Contempla una nueva carta blanca que no abre y una foto en blanco y negro de él y ella en un jardín y la pone boca abajo.



Poco a poco, el sueño también la arropa.


*


No bien suena el despertador, se levanta. Mira la carta de reojo y va directo a abrir el agua de la ducha. Mientras se baña, la sorprende el olor penetrante a jazmín que desprende el agua.


Se prepara un café. Se viste. Tapado, bufanda. Toma los libros. Al abrir la puerta encuentra el corredor lleno de jazmines.

En el auto, con la mano desplaza las flores que invaden el asiento. El auto no arranca, el motor está atestado también y hasta del tanque de nafta sobresale un hermoso ramo.

Llama un taxi y cuando llega a la librería no puede abrirla: la vereda y la vidriera son un telón de flores. Todo es una masa blanca que ahora le produce malestar. Náuseas. Un par de clientes que la estaban esperando se retiran 


¿Cómo? Si le dictaron orden de restricción. Una perimetral.



Necesita pensar. Como cada día, compra el diario: mejor impreso, aunque ensucie las manos… Toma un taxi hasta el departamento, ahí lo leerá tranquila.


Cuando abre la puerta del ascensor no puede entrar: está repleto de flores. Sube por la escalera. Encuentra el pasillo de su piso saturado por esa masa blanca… El olor la persigue, la deja sin aliento. Ella igual se adentra como puede en el pasillo. Empuja, sus manos trituran; las piernas patean, aplastan; lucha por avanzar paso a paso. Se marea y la va invadiendo una especie de somnolencia.


En el laberinto compacto pierde un zapato. Luego, el otro, la cartera, el diario. La fatiga va escalando. Se ahoga. Así y todo, logra alcanza el picaporte, pero la cartera con la llave quedó por ahí, en la lucha con la masa blanca compacta. Con sus últimas fuerzas se aferra. Intenta hacer girar el picaporte metiendo las uñas en la cerradura. Se lastima y un color carmín tiñe los pétalos blancos. El olor finalmente la desmaya y el vómito la ahoga.


Junto a la cartera quedó el diario.

En la página central, una foto en blanco y negro —de él y ella en un jardín.


Y la crónica de una extraña muerte.


 

Estefanía Bárbara Barkats - Buenos Aires, Argentina






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