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Foto del escritorClaudia Maiocchi

Chascomús

Miguel Ángel Mantecón llegó a nuestro TEV con un importante bagaje de lecturas y escrituras previas y el deseo de bucear más en sí mismo: buscaba que lo emocional emergiera con más fuerza. Apenas tres meses más tarde, nos regala este relato. ¡Buen viaje! Y a Miguel: gracias por la confianza.



"Agua salada" - Chascomús, en lengua mapuche


Había enviudado pocos meses antes, hacía varios años que no me tomaba vacaciones. Por primera vez en mi vida estaba solo, en el sentido de no depender de nadie. Y nadie dependía de mí.

Sentimientos nuevos me invadían: pena, extrañeza, curiosidad. Sin embargo, de alguna manera me había preparado toda la vida para esa etapa. Sí, me encontraba solo. Pero la palabra soledad ya no dolía tanto, no me debilitaba: un abanico de posibilidades insospechadas aparecía ante mí. Eso sí, traía también preguntas: ¿Cómo seguir? ¿Cuál sería ahora el camino?

Con todas estas incertezas y algo de ropa en la mochila subí al auto y salí a la ruta rumbo a Chascomús. Un destino cercano y a la vez bastante lejos, como para poner distancia de la ciudad grande. De la vida anterior. Durante mi niñez y adolescencia, varias veces había visitado esa pequeña localidad bonaerense con mis padres. Cincuenta años atrás, medio siglo. ¡Una vida!

Enero de 2019. Parto una mañana en medio del bochorno de un verano que abrasa. Busco recuperar retazos del pasado y coserlos a mis ropas nuevas… Lo primero que sale a mi encuentro, las medialunas de Atalaya. Ni muy filosóficas, ni muy poéticas ¡pero tan ricas! Una lluvia fresca lava las calles, los jardines, los parques. Se lleva también los recuerdos recientes que nublan mi mente. El pasado lejano de una niñez feliz acude a rescatarme. El tiempo hace esas cosas.

Recepción en el hotel, almuerzo liviano y el café infaltable en alguno de los pocos lugares que se atreven a desafiar la siesta pueblerina. Me sucede en los días de lluvia y esta vez no es la excepción. La tierra fértil de mi nuevo estado de ánimo germina estas breves cuartetas:


El tiempo se detiene en la ciudad tranquila. La siesta, la lluvia, Se hace eterno el día... Y entre las gotas finas que preñan las macetas el cielo se derrumba sobre las negras rejas. .


Sigue una caminata serena, sin transporte público, bocinazos, shoppings, griterío... La elección del lugar resulta perfecta. La hora en que los verdes, ocres y amarillos claros dejan su lugar a los azules y violetas me sorprende recorriendo el perímetro de la laguna. Un paseo que hoy toma una hora en auto y que de chico no llegué a conocer.

Maravilla de atardecer con reflejos del ocaso sobre el agua y el campo. Regreso al punto de partida casi de noche. Todo está igual y yo ya me encamino a convertirme en otro, aunque todavía no me doy cuenta.

La cena, el café en la vereda, el ocasional saludo amable de un parroquiano desconocido. Ese —¡Buenas noches! —recibido a la pasada, porque sí, solo por educación. Lo devuelvo con asombro por la falta de costumbre:

—Buenas noches, señor.

¿Cómo sentirme solo entre tanta gente cordial?

—¿Usted no es de aquí verdad, joven?

El viejito me sorprende mientras mi vista se pierde por esas calles que también descansan. Más por haberme llamado joven que por interrumpir mis pensamientos. A esta altura ya se me está haciendo costumbre el intercambio de saludos con gente que apenas conozco:

—¿Se nota mucho, no? —Le sonrío.

Algo murmura mientras se aleja con los pasos cansados y aún vivaces. No me costaría mucho venirme a vivir aquí algún día… Algo diferente empieza a bullir en mi interior.


El día siguiente comienza con el desayuno sobre una vereda que se me antoja cada vez más luminosa. Mientras respiro el aire puro de la mañana trato de recordar qué habré soñado. No puedo, pero sé que dormí profundo y desperté como nuevo.

Visita al museo ferroviario, al edificio municipal diseñado por Salamone como muchos otros de la pampa húmedael reloj Art Decó del boulevard Lastra, la Casa de Casco, hoy museo. Ahí me entero de que alguna vez la habitó el poeta Baldomero Fernández Moreno, aquel de los versos aprendidos en el colegio: ¿Se acuerdan?

Setenta balcones hay en esta casa,

setenta balcones y ninguna flor.


¡Perfumes, colores, todo al alcance de los sentidos! Pero lo mejor llega al mediodía. No solo viajé para olvidar… También necesito escribir y quiero hacerlo en este ambiente reposado.

Almuerzo en el restaurant del Club de Pescadores, mesa con vista a la laguna mientras el sol espeja en el agua. Un viento suave forma pequeñas olas de espuma sobre la superficie. Por un rato vuelvo a ser aquel niño despreocupado que pesca pejerreyes con su padre. La vida nos atraviesa, nos lleva, nos trae. Los buenos recuerdos no se pierden.

Con el café llega la hora de zambullirme en las palabras, la historia que, como la nueva vida, aguarda dentro de mí el momento de brotar. He traído algunos libros para documentarme. Sale a la luz un relato de ficción sobre las últimas horas del pintor uruguayo Carlos Páez Vilaró, muerto en febrero de 2014…

Me veo ya de noche aun escribiendo volcado sobre la mesa, mientras los mozos recogen las sillas y la laguna se sume en la negrura. La noche, oscura para muchos, luminosa para otros: un portal que atravesamos hacia otra dimensión.

Lo primero que llama mi atención es el título elegido, ¿capricho del destino? “El hombre que venció dos veces a la muerte”. Después, el epígrafe, palabras del pintor mismo: “Hola, Sol (…) Otra vez en tu larga caminata desde el comienzo de la vida”.

La escritura me toma por completo. Avanzo y recreo las últimas horas del uruguayo en Casapueblo. Mis manos parecen escribir por su cuenta:

(…) Tal vez iba a pintar algo, aún no lo sabía. Pero el indicio lo tuvo cuando sintió la necesidad de barrer. Aquella vieja costumbre de siempre, sin la cual le resultaba imposible poner manos a la obra…

Me detengo. Vuelvo a leer lo que escribí. Barrer las cosas del pasado para poner manos a la obra… ¿Hablo de Páez Vilaró o de mí mismo?

Y así, mientras escribo, los pocillos vacíos se acumulan junto a las palabras y mi imaginación vuela. La noche se me llena de sol. Mi espíritu ha venido a buscar un nuevo inicio.

Al día siguiente el cuento está terminado, las piezas encajaron en su lugar. También las mías: soy el mismo y soy otro. El auto, la ruta. Un cuento nuevo, ¿la mochila más liviana? ¡Sal en mi vida!

Desando el camino, vuelvo distinto al mismo lugar.

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