A la memoria de papá en su día
Cuando escribo no me siento sola.
Me alejo de la víctima. De la niña obediente.
De la madre atareada. De la empleada ejemplar.
Cuando escribo no envejezco:
me vuelvo la versión femenina
de Benjamin Button.
A lo mejor no encajo. A lo mejor no gusto.
A lo mejor no llego adonde suponía
habría de llegar. No importa.
Respiro libre, pinto con caballete y pinceles
colores que aún no tienen nombre.
Y les invento el nombre.
No me importan la inflación, el dólar,
la caída de la bolsa. Tampoco la del culo.
Algo se expande, se infla… Deja de tener precio
el tiempo. Saco la cabeza de la bolsa de plástico
y respiro, respiro.
Entiéndaseme bien: la gente sí me importa.
Toda la gente, no sólo mis seres más queridos:
la que duerme en la calle,
la que busca comida en la basura,
la del ranchito que se lleva el agua
de las inundaciones.
La que tragan las guerras. Los migrantes del mundo.
La que se siente sola, enferma y tiene miedo
o algo más de conciencia sobre lo inexorable
de ese final cantado, el cliché de la muerte.
Cuando escribo, se aleja.
Arre, palabra mía.
Sigamos cabalgando un poco más.
Cuando escribo me quiero, te quiero, nos quiero a todos:
todos somos lo mismo. Chispas del mismo sol.
Me corren por la sangre las voces y los versos de los grandes,
que leí con la piel de gallina y el nudo proverbial en la garganta.
Cuando escribo resisto, sobrevivo, comulgo.
Cuando escribo soy yo y los demás y ese que habla por mí
y me atraviesa como la luz a un cristal fino
hasta descomponerme en todos los colores. Con y sin nombre: todos.
Hoy escribo y soy vos, viejo querido. Casi tres décadas
y todavía te extraño.
Pero también te traigo. Estás aquí, ahora.
Escribo y soy y sos y lo demás no importa.
Dale, encendé los faroles, adoquiná las nubes del otoño.
Canturreales un tango a las estrellas.
me gusta esa que escribe en estado de expansión y comunión... qué bueno... me pasa algo parecido