Barbara Walterskirchen, nacida en Viena, Austria, piensa, lee, canta y vive más en alemán e inglés que en castellano. Así y todo, colaboró durante un largo tiempo con artículos de cocina publicados en medios uruguayos. Su vida está signada por el arte en sus múltiples manifestaciones y formas. A lo largo del año, con tiempo, compromiso y dedicación se ha ido convirtiendo en una productora activa y entusiasta de textos vivenciales variados, en los que recorta escenas con la precisión de un bisturí y deja que el lector sea quien las resignifique.
Mi historia con el arte es de casi toda la vida. En Montevideo, a los cinco años ya había ingresado como pupila en el colegio y sólo dormía en casa los sábados. Los domingos temprano me sentaba en el piso, al lado de la cama de mi padre, con él todavía adentro.
Había una biblioteca al lado de su cama y los estantes de más abajo contenían una colección de veintidós libros preciosos, grandes y pesados, de Historia del Arte. La Propyläen Kunstgeschichte.
No recuerdo cuánto tiempo me quedaba mirándolos, sí mi fascinación con las imágenes de Hyeronimus Bosch (El Bosco).
Por esa misma época formé un pequeño hombrecito de plastilina gris, naturalmente con pene. Al mostrárselo a mi padre, su reacción fue decir:
—Eso no se hace.
Fue mi última obra por mucho tiempo.
Al lado de la cama de mi madre, una mesa baja funcionaba como mesa de luz. Una fuente pequeña de cerámica pintada albergaba allí varias cositas que supongo mamá no quería perder y no sabría dónde guardar. Entre ellas, un colgante pequeño de unos dos centímetros de largo. Representa una cabeza de negro, que a mí me parecía de una hechura muy delicada y me encantaba. Supe luego que es de plata; luce un turbante trabajado en esmalte blanco, una piedra roja sobre el turbante, una estrella y media luna en plata por arriba.
La cara y el cuello están esmaltados en negro, con la boca y el contorno de los ojos nuevamente en plata. Nunca pregunté sobre él –o eso creo. Cada tanto lo iba a ver y por suerte seguía ahí.
Cuando mamá murió lo tomé, le puse un cordón negro y desde entonces lo uso a menudo como colgante, entreverado en la ropa o alrededor del cuello.
Alguien de la familia materna parece haber tenido gusto por las cosas bellas. Por suerte esa persona vivió en la época del Jugendstil (Art Nouveau) y la WW o Wiener Werkstätte. Y gracias a eso heredé algunas cosas que disfruto tener. Sin duda es la época de arte que más siento. Una de las hermanas de mi abuela materna dibujaba y pintaba retratos. Tal vez esos pequeños tesoros eran de ella.
En mi juventud, además de sacar centenares de fotos, comencé a dibujar retratos y pintar. Después de morir mis padres y una vez jubilada, comencé a hacer esculturas en arcilla de modelos desnudas. Luego a dibujar también desnudos, algo que siempre había deseado y no me animaba a decir. No hay nada comparable con el estado de concentración, el fluir al estar dibujando un cuerpo y sentir que está saliendo bien.
También traté de aprender a usar un torno eléctrico. Hice algunas vasijas y fuentes en arcilla que pinté después de horneadas. Varias se transformaron en regalos muy apreciados.
Hace no mucho tiempo, cuando en Frankfurt mi nieto mayor pidió como regalo un dron, me resultó sencillo complacerlo. El menor, por su parte, pidió un contenedor para sus dulces. Como no encontré nada a la altura del regalo del hermano, decidí hacérselo yo misma: un cuenco en cerámica con cara de niño, blanco por fuera, naranja por dentro. Le gustó y todavía lo conserva.
Mis nietas de Montevideo pintan y amasan con placer como todos los niños. Me ocuparé de que tengan acceso a la misma historia del arte que yo. Me da curiosidad descubrir su reacción.
Barbara Walterskirchen - Montevideo, Uruguay
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