Lali Luna es, ante todo, poeta. Sus versos sangran, emanan música de cuerdas y timbales, encienden hogueras... Una imagen, una frase sin sentido aparente, una metáfora... Casi cualquier cosa puede arremeter e instalarse en su cuerpo e imaginación hasta que logra ponerse a escribir. Le sucede mientras deambula por Tribunales —es abogada de profesión—, se ducha, alimenta a su mascota o está a punto de dormirse... La poesía es su manera de vivir, de modo que asumió la narrativa vivencial como un desafío. Con el tiempo, experimentó en letra propia que los géneros se entrelazan y mezclan... como los ingredientes de una pócima mágica.
Para Gaby
Quince años permanecí al lado de aquel cuyo nombre no me atrevo a pronunciar. Un día la realidad me atropelló y vi al fin su cara más oscura: tuve que irme. Qué digo, me arranqué a dentelladas de su vida. Como un salto al vacío, a la nada.
Esa partida robó mi valentía: me transformé en una niña aterrada y desvalida. A su lado —sólo a su lado— me sentía valiente. Fusionada a ese hombre como un nudo de dos cuerpos, la ruptura eclosionó mi alma.
En aquel caos, recordé a una querida amiga que siempre mencionaba a una tal Gaby, mujer misteriosa, enigmática, casi una Maga.
Mis sentires la conocían perfectamente; ella poseía algo que yo jamás me había atrevido a cruzar: la visión del futuro, cierta capacidad de ver “entre planos”. Ella practica su magia entre tiempos que danzan y se interrelacionan; intenta cambiar un destino caprichoso, implacable. Casi humana, casi diosa. Sin lugar para más miedo en el cuerpo, me sumergí en el abismo de los conjuros de la famosa Gaby.
Obnubilada, tomé un taxi hasta su casa, en la calle Arcos.
Era temprano, recorrí el barrio de Belgrano y divisé casi oculto un pequeño y coqueto café, en la calle Cuba, de nombre “Vasalissa”.
Me senté y ordené un chocolate caliente. Pensé ¡Oh, Vasalissa! Como el cuento de la bruja, la niña y su muñeca. Lo había leído tiempo atrás. El final se desdibujaba en mi mente, se mezclaba con la realidad. Sí, estaba yendo a la casa de una extraña con vaya a saber qué inquietantes poderes ¿Y si me robaba lo poco de alma que me quedaba?
Miré el reloj, pagué y me encaminé hacia Arcos, gélida y sin sol. Los árboles parecían entrecruzarse en el aire, el cielo había desaparecido.
Llegué a un portón antiguo reciclado y... con alas. Toqué timbre y una voz melodiosamente cantarina me dijo “Bajoooo…“.
Dos minutos más tarde, al abrirme, Gaby me encontró demasiado asustada para huir.
La vi flaca, flaquísima, pecosa; con pelo lacio y manos huesudas. Mujer sin edad y sin tiempo, olía tan rico que exhalaba clase y distinción, como si las emanara de su sangre. Me abrazó fuerte. Etérea y todo, me estrujó contra ella y yo, endurecida como estaba, en parte me ablandé. Después cedí y me entregué.
Subimos dos pisos por una escalera de caracol. La tierra no giró y en cámara lenta se eternizó el instante.
Lo primero que vi al entrar fue a Petras, su perra anciana, cuidada como una joya hermosa y frágil por el paso del tiempo, y a Tato, su felino, con el cual compartiríamos tertulias inolvidables. En la biblioteca, fotos de sus hijos que —supe luego— viven en las tierras altas de Escocia.
Pasamos a una pequeña sala coqueta y cálida con un sillón blanco, donde me senté. Casi levitaba. Lámparas de aceites con exóticas fragancias inundaban el lugar. Velas decoradas, lilas y violetas, iluminaban entre sombras ese espacio intimo, hipnótico.
En la ventana descansaba una rama de un árbol añoso, donde mis queridos gorriones, pequeños ángeles vagabundos, pedían la ración de migas de pan que aquella extraña les ofrecía a diario. Un mar agitado por la tormenta estallaba en lienzos que circundaban el lugar y, encima de una diminuta mesa de mármol rosa, erguida y presuntuosa, la diosa Venus. Atrás, un hermoso candelabro con tres velas chorreadas.
Ella se sentó seria; se la veía pequeña y majestuosa en su sillón de pana antiguo e impecable.
Yo temblaba, mi ángel caído no me protegería nunca más… ¡Me sentía tan visible y expuesta a los ojos del mundo, sin la protección de aquel infierno que lo había envuelto todo!
Nada preguntó Gaby. Sólo miró el cielo raso y sentenció:
“De donde vos venís, no se vuelve”.
*
En aquella primera sesión se me heló la sangre: supe que Gaby tenía razón.
Recuerdo con carácter casi onírico la forma en que sostuvo entre sus dedos largos y finos el mazo de cartas, como avezada operadora del tarot; mi embeleso contemplando su atelier y aquel extraño espejo, vigilante silencioso del reino mítico en el que me sumergí bajo su amparo.
Tomó las cartas, que parecían danzar y dibujar extrañas figuras encriptadas y ocultas. Sostuvo en sus manos una denominada “La Torre”: caos, destrucción e iluminación.
—Lali, cuánta oscuridad en los caminos que transitaste. ¡Legiones de ángeles te cobijaron! Si pretendés retornar a la tierra que abandonaste, no encontrarás el camino de regreso. Cuando sale el corcho de un buen champagne, es imposible que vuelva a su lugar… —Y remató: Vos, ¿qué querés hacer?
Yo miraba incrédula la imagen de la carta: reconocí fuego y personajes cayéndose al vacío. Sentí las llamas; me devoraban en cada peldaño que me conducía a una torre que jamás había abandonado del todo. Al parecer, la imagen representaba a aquella pareja fallida que yo pretendía dejar en el río del olvido.
—Voy a batallar contra mis demonios. Jamás, nunca jamás volveré con él —contesté.
Me habló de aquel hombre con el que había compartido años de mi vida. De su alma pura, tan lejana a su cuerpo y a su mente corrupta…
—Estás perdida en tu reino, es maravilloso lo que estás viviendo. No tengas miedo, mi pequeñaaa Vasalissaaa… En eso rio y un estruendo de risa —ahora un tanto desagradable— invadió la habitación.
Enseguida se sentó en el suelo, sobre una alfombra extraña, gris con hilos dorados que jugaban entre sus dedos. Se recostó hacia atrás. Nuestros cuerpos parecieron atravesar el cristal del antiguo espejo de pie en bronce, taciturno testigo de un rincón escondido bajo los pliegues de un cortinaje de terciopelo azul. La escena me perturbó. ¡Nuevamente Vasalissa! No se la había nombrado, y sin embargo…
Sus grandes ojos fijos dudaban de que yo entendiera lo que estaba ocurriendo. Luego, mientras me ofrecía un rico té humeante con aroma a laurel, que revolvía con una pequeña cuchara de plata a punto de ahogarse en la presuntuosa taza morada de porcelana, se acercó y me interrogó:
—¿Qué querés saber?
Guardé silencio.
De pronto la habitación pareció convertirse en un lugar sagrado y ella, en una sacerdotisa.
Permanecí inmóvil, petrificada. Cruzar el velo del abismo que separa la realidad del ensueño es asunto de valientes y yo me sentía tan cobarde… Me acurruqué en el fondo del sillón y me dormí. Cuando desperté, nada era como lo recordaba…
Aquella vez me fui taciturna, extremadamente agotada, tal vez incluso más confusa que cuando había llegado.
*
Las arenas del tiempo marcaron el compás de mis días y, a pesar de cierta resistencia, retorné a ella, como se vuelve a un viejo amor, a puro impulso. Temor o curiosidad marcaron el camino del regreso.
Atravesé nuevamente las calles del barrio de Belgrano, surfeando miedos que, como hojas secas, se arremolinaban en torno a mi cuerpo.
A medida que me acercaba, al llegar a la esquina, divisé su ansiada presencia esperándome frente a su domicilio.
Mis ojos explotaron en lágrimas y acongojada balbuceé:
—Como la niña del cuento, necesito recuperar el fuego de mi existencia.
Le expliqué que había recordado que la aventura de Vasalissa era un viaje de la sumisión a la fuerza y la independencia.
—Sos mi bruja del cuento, el principio salvaje femenino del cual yo fui separada. Ayudame…
Ahí estábamos frente a frente, otra vez en su salón de ensueños:
—Gaby, ¿dónde quedaron mi inocencia, mi confianza?
—Lali, conéctate con las tierras de Avalon…
—¿Avalon?
—Sí, ese lugar mítico y sagrado que habita dentro de tu corazón. Ahí vive tu virgen guerrera. Te espera. Abrázala, te pertenece. Sana y renace de su mano.
—Pero me siento extraviada —protesté.
—Buscas en el sitio equivocado. Te perdiste en la oscuridad. Pretendes hallarte donde la luz ilumina e imaginas que ahí vas a verte. Debes ir aún más lejos, sumergirte en tus aguas oscuras y traerte de vuelta. Podés hacerlo, mi dulce maga.
—¿Maga? ¿Yooo?
—Sí, vos. ¡Mujer de poca fe!
Se ríe, me acuna, me calma y exclama:
—¡Estás traspasando mundos! Es de valerosos abrazarse al miedo, mi querida temeraria.
En otra ocasión le conté sobre la escritura.
—Una pluma y un papel son instrumentos sanadores, varitas mágicas. Seguí, no te detengas.
En innumerables madrugadas, cuestiono si cambié la ilusión de aquel amor por la magia de la palabra escrita, que eclipsa y trasmuta la ilusión en una nueva realidad.
*
Reconozco que temí estar cambiando una dependencia por otra: la del hombre imposible por la de la mujer Maga. Pero no hay dependencia cuando quien está del otro lado nos hace bien. Con sus tantísimas palabras y enseñanzas fui reconstituyendo mi mundo: sólo yo podía hacer ese trabajo. Y aprendí a ver, aun sin luz.
A veces tomo distancia, necesito seguir aprendiendo sola, inmersa en mi soledad. Caminar hacia donde mi corazón me lleve y recuperar mi propio rostro en el espejo de la vida.
*
Disfruto a mi maga, de vez en vez, igual que el chocolate que saboreo en pequeños bocados, en mi ya tradicional visita al café de Vasalissa. Religiosamente, cada cambio de estación, entre equinoccios y solsticios, se abren las puertas de su refugio de la calle Arcos y, como en una ceremonia secreta, allí emerge Avalon, el reino de mis profundidades…
Con la inocencia de la primera vez, releemos el texto del gran Camus, como un mantra, un conjuro:
En medio de las lágrimas, descubrí que había, dentro de mí, una sonrisa invencible. En medio del caos, descubrí que había, dentro de mí, una calma invencible. Me di cuenta a pesar de todo eso... En medio del invierno, descubrí que había, dentro de mí, un verano invencible. Y eso me hace feliz.
*
Les cuento un secreto: cada año festejo con ella a solas mi cumpleaños. Recuerdo un 1º de agosto milagrosamente cálido, en un restaurante precioso. Brindamos a la orilla de una pequeña fuente donde se enarbolaba un inmenso cisne de mármol, que salpicaba chorritos, coronado por traviesos cupidos de bronce que (sospecho) se burlaban de amores contrariados.
Conversamos de lunas y mareas; del riguroso devenir del tiempo. De nuestra noche flota en mi mente su pregunta:
—¿Qué pensás construir en este nuevo tiempo que la vida te regala?
Y allí estábamos: simplemente dos mujeres repletas de cicatrices, que se miran profundo a los ojos y celebran el encuentro como sacerdotisas, brujas, magas o cualquier otro apodo con el cual nos mencionan los que alguna vez pretendieron —casi con éxito— extinguirnos.
Gracias, Gaby. Vuelvo contigo a Camus:
“…No importa lo duro que el mundo empuje contra mí; en mi interior hay algo más fuerte, algo mejor empujando de vuelta."
Lali Luna - Buenos Aires, Argentina
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